Como sabemos, el feudo era la contraprestación que un señor o dominus entregaba a su vasallo a cambio de su fidelidad. Es decir, que no podía recibir la fidelidad de un vasallo sin que el dominus le entregara la gestión, o dominio de un territorio (o de una función).
Por lo que respecta a ese feudo, que solía ser un territorio, éste se dividía en varias partes. La primera de ellas era la parte de la que se podían obtener mejores cosechas y recursos, y era la que debía ser trabajada por los campesinos del feudo, pero gratuitamente. En este caso, toda la cosecha iba para el señor, ya que la primera obligación del campesino era trabajar para aquél que le defendía.
La segunda parte del feudo era la que se entregaba a los campesinos para que vivieran en ella. Eran los mansos, es decir, un lote de tierras con una casa (o donde los campesinos se podían construir una nueva) que era trabajado por los labradores. Todo lo que obtenían se lo quedaban ellos, pero de esa producción había que restar las exacciones en especie, o impuestos, que iban para su señor, y otra parte para la Iglesia (el diezmo). Así pues, teniendo en cuenta los medios de producción utilizados, principalmente entre los siglos VIII y XI-XII, que eran muy rudimentarios, la producción era casi de subsistencia. Como consecuencia, que los campesinos tuvieran que pagar parte de esa cosecha en concepto de impuestos a su señor, o a la Iglesia, era algo muy gravoso.
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