Ya sabemos que la agricultura en la Edad Media comenzó siendo una actividad de subsistencia que generaba escasos rendimientos y casi nulos excedentes. Como consecuencia, la contraprestación que los campesinos debían aportar a los señores para que los protegieran se limitó, en un primer momento, a la prestación de servicios personales (cuidado y mantenimiento de la vivienda del señor, trabajo gratuito en las tierras reservadas para mantenimiento del señor, etc.).
Este sistema se basaba, por los escasos conocimientos, en la ausencia de abono, por lo que el barbecho era necesario y muy utilizado.
No obstante, sabemos que con el tiempo los medios de producción se modernizaron al introducir nuevos cultivos, el uso de animales (tanto como fuerza de trabajo como para conseguir abono), la reducción del barbecho y el uso de nuevos instrumentos (arado normando, rueda, etc.). Así pues, la producción aumentó y las prestaciones personales fueron sustituyéndose paulatinamente por el pago de parte de la cosecha, que ya se podía aportar, y, más adelante, cuando esta cosecha fue lo suficiente como poara permitir la producción de un excedente que se pudieran vender a cambio de dinero, mediante el pago en metálico.
Aquí tenemos una visión de todo ello
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